7.6.09

EL DÍA QUE ASESINARON A UN PUEBLO

“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; y si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes, por quién doblan las campanas, doblan por ti”.
Tomamos este fragmento del poema de Donne, porque sólo la poesía puede expresar lo que sentimos: el vértigo cuando alguien nos llamó para decirnos que en el Congreso Nacional se atacaba a la columna que condena al magnicidio, que alguien allí censura la columna antes que condenar el magnicidio, que la tilda de incitar a la violencia, que ignoran al magnicidio y piden la cabeza de la columna.
Nos dijimos: “son los tristes signos de los tiempos, en eso nos hemos convertido, contra eso luchamos, ahora con más fuerza, porque la peste emocional, la enfermedad que padecemos, amenaza el alma que sostiene la existencia”.
Los pueblos pueden ser asesinados, quién niega que con Allende murió Chile, o Panamá con Torrijo, o que en La Higuera murió un continente.
Los pueblos pueden ser asesinados, y ese día que la noche cubre la tierra, cuando se abre el cielo y vomita el alma, ese día marca la vida, y el pueblo, tarde o temprano, se transforma en ciclón incontenible que emprende una gesta que dura cien y más años. Siglos son teñidos por la sangre del grito.
Quién niega que el ¡Ay! del Mariscal de Ayacucho aún retumba en la historia nuestra, quién duda que el golpe que mató a Trotsky también derrumbó a la Unión Soviética. Quién sabe qué pasará en Chile cuando Allende despierte y vuelva a La Moneda. O cuando Fabricio baje del Campamento Venus.
Los pueblos pueden ser asesinados, pero no se vencen.
Aquí en Venezuela los oligarcas manipulan el alma, todos lo sufrimos, están transformando al país en fríos, calculadores, en rebaño. Ya no hay excesos del humano, sólo quedan los excesos de la bestia.
Se amenaza de magnicidio, de asesinar al pueblo, y todos reaccionamos como si de una partida de ajedrez se tratara. Un comunicado, uno más, pretende responder la afrenta, el buen comportamiento no se ve perturbado.
Nadie se sale del cauce, ningún Consejo Comunal cierra una calle como protesta por el asesinato posible, la vida de un hombre bueno, que intenta ayudar, vale menos que la falta de agua por unas horas.
Ningún diputado da una bofetada a la ignominia que se presenta ante la cámara, todos piden la palabra y hablan bien comportados, repiten el discurso que repitieron ayer, no hay exceso, todos perdimos la humanidad, pero ganamos buenas costumbres.
Los sindicatos piden, pero no se indignan frente a la posibilidad de asesinato, no amenazan con parar nada.
Nadie quiere correr riesgos.
Nosotros nos sentimos complacidos de ser acusados de incitar a la violencia.
¡Chávez!

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